Jabalíes, zorros, pinos, aliagas, liebres, encinas, romero, corzos, ranas, codornices, espliego, urracas, mirlos, cernícalos, ratoneros...
La vegetación que encontramos en Ines va desde el pino, del que encontramos dos especies (P. pinaster y P. laricio), hasta las encinas, pasando por las sabinas (aquí llamadas enebros) y los chopos, muy numerosos a lo largo del arroyo que recorre Ines de principio a fin. Se puede decir que las encinas constituyen una población moderada ya que crecen de forma aleatoria, sobre todo en las laderas de los cerros del término.
Allá por 1960 - 1970, el Patrimonio Forestal del Estado, junto a otros organismos, en Ines llevó a cabo repoblaciones de estas dos especies de pino en las cuestas y tierras de baldío que no se utilizaban o no podían explotarse.
En el pinar de Ines si nos vamos fijando, entre la pinocha podemos encontrar en épocas otoñales una especie de seta anaranjada: los níscalos, hongo al que aquí se tiene mucha afición y con el que se cocinan muy buenos platos.
En terrenos baldíos y laderas, se cría otra especie de setas (setas de cardo), que al igual que a los níscalos, aquí se tiene mucha afición.
También crece dentro del término de Ines la aliaga (Genista scorpius), que puebla las laderas de los cerros, la estepa (Cistus laurifolius), el tomillo (Thymus zygis), que antes se destilaba, el romero (Rosmarinus officinalis), la salvia, la ajedrea (Satureja Montana), la madreselva (Lonicera caprifolium) y la melisa, aquí llamada romana. Y cómo no, a lo largo de todo el arroyo colonizando las zonas derruidas, encontramos la zarza, cuyos frutos estarán maduros cuando ya esté bien entrado el verano.
La población animal está constituida por jabalíes, zorros, liebres, corzos (aquí se les conoce por cabras montesas), ranas, codornices, perdices, urracas, mirlos, cernícalos vulgares, ratoneros comunes, abejarucos (muy numerosos en la zona de las bodegas), tordos, cuervos, golondrinas, cucos, picos picapinos, chochines, abubillas, colirrojos tizón y alguna que otra lechuza que se deja escuchar por las noches.
Al cernícalo vulgar le gusta quedarse quieto en el aire como un helicóptero, con la cola desplegada en abanico, batiendo las alas rápidamente, "cerniéndose" mientras escudriña el terreno en busca de algún incauto ratoncillo.